Empiezo este post reivindicando, como hombre perdido de toda corriente existencial e ideológica que soy, el cine de los 80. Sí, “otra vez” diréis. Pero sé a ciencia cierta que lo agradecéis porque echáis de menos aquella época, aquellos tiempos de divertimento sin fin con el cine.
Todos sabemos que el cine actual está mal. No disfrutamos como antes. Necesitamos echar mano de la nostalgia para entender que aquello no fue un sueño, que el cine que nos hizo SENTIR cuando ibais a una sala de cine era como si asistierais a un espectáculo ¿Os acordáis? ¿No lo echáis de menos? Yo sí. Y sé que muchos de vosotros también. Cine de los 80 ¿Qué es? ¿Cómo nos afectó? Haceros esta pregunta. Todos tenemos recuerdos inolvidables de cuando íbamos al cine y salíamos realmente alterados, creyendo que la película que vimos entonces era la hostia. Lo mejor, la complacencia de pequeños momentos que configuran nuestra vida ulterior. Y esos momentos, algún día se echan mucho de menos, que es lo que me pasa a mí últimamente.
Tendremos tiempos de hablar de ‘Regreso al futuro’, ‘Goonies’, ‘El secreto de la pirámide’, ‘Gremlins’, ‘Indiana Jones’, ‘E.T.’, ‘Carretera al infierno’ y de todo aquel cine que nos curtió como pequeños ‘freakies’ que se han convertido en hombres de bien. Pero hoy toca algo de comedia ‘teenager’. Ahora las comedias ‘teenagers’ ya no son lo que eran. Ver ‘American Pie’ o ‘Colega ¿dónde está mi coche?’ puede estar bien, pero ya no es como antes.
Las High Schools yanquis ya no son lo mismo. Recordad los 80, amigos. Cerrar los ojos y sentid que estáis allí. Muchos hemos conocido aquella época y no es, precisamente, lo que nos muestra Colomo en la serie de Telecinco. Ni mucho menos. No podemos negarnos a la nostalgia, al recuerdo, a nuestra vida, a la reconfortante sensación de vuestra infancia, de vuestra adolescencia. Y pienso yo “Qué bagaje visual más acojonante tenemos”.
Bueno a lo que voy. Hoy, pequeñuelos, toca ‘The breakfast club’. Sí, sí, ‘El club de los 5’. Todos sabemos que el cine ‘teenager’ ha sido un género con más despropósitos que otra cosa. Pero no siempre fue así. Existía de todo desde las ‘High School movies’, hasta chorradas olvidables, pasando, eso sí, por las ‘Spring break’, el género que haría famoso a unos de las influencias más importantes del cine de los 80. El cine y televisión contemporáneos siempre tendrán que agradecer a un hombre, John Hughes, parte de una mitología que no se puede olvidar. Muchas de sus películas, muy maltratadas en su época por la crítica, son hoy en día objeto de culto. Películas que todos recordamos con afabilidad y melancolía.
Ejemplos como ‘La chica de rosa’, ‘16 velas’, ‘Todo en un dia’ y la cinta que hoy nos ocupa ‘El club de los 5’. Hughes prescribió la moda ‘teenager’ y abrió el camino de una actitud, de una música actualmente inolvidable y de los gustos de una buena parte del público adolescente. Kevin Smith, entre otros, puede dar buena fe de ello. Es uno de los ‘fans’ más reconocidos de este genio de nuestros añorados 80. Recuerdo haber ido con todos mis primos. Yo tenía 10 años y ya sabía que aquello del cine era un vicio y una necesidad. El cine se había convertido en algo como el agua, como la comida, como dormir (esto último se ha visto mermado muchas veces por el ímpetu cinéfago que he puesto a mi vida cinefila). Pues bien con 10 años vi una de las películas que marcarían gran parte de mi infancia y adolescencia. Para mí ‘El club de los 5’ durante años fue LA PELÍCULA de personajes más importante en un lapso de tiempo en el que las películas eran más que simples películas, eran sensaciones. La vi en el Coliseum, unos meses antes de ver ‘Regreso al futuro’, que se convertiría en un pilar de mi vida.
‘El club de los 5’ empezaba con aquel castigo, con aquel profesor (Paul Gleason) que era un gilipollas que imponía un trabajo a cinco jóvenes que, en un primer momento, parecían subnormales todos ellos. Un absurdo trabajo. Todo empezaba como el típico telefilme americano. Un inicio de una especie de lección moral. Y partir de ahí empieza lo bueno... No conocemos a nadie. Resulta extraño percibir a personalidades arquetípicas. Nadie estaba preparado para lo que se avecinaba. Nadie se imaginaba que estábamos ante un clásico, ante un peliculón. Una película insondable, oscura, conmovedora y descomunalmente divertida. Cinco chicos en un sábado. Presentados según iban llegando al colegio. Un primer acto en el que el tema principal es el conocimiento de todos ellos, una magistral presentación de los cinco, tres chicos y dos chicas, que están destinados no sólo a aguantarse, sino a conocerse, a compartir unas horas que se convertirán en una amistad verdadera.
El guión es una lección excelente de penetración psicológica entre diversas personalidades mostradas sin el menor tono de moralismo. Son como son. Y allí estaban... ¡Joder! Se me pone la carne de pollo. Instalados en una biblioteca nos muestran a todos los chavales. Allí estaba Andrew, Andrew Clark por supuesto, que no era otro que Emilio Estévez, el hermano de Charlie, el hijo de Martin. Un actor que con el tiempo se ha ido perdiendo en las series de televisión. Por aquel entonces era un rostro conocido, un joven valor norteamericano. Emilio era el deportista. Un líder cohibido que esconde sus miedos detrás de sus triunfos deportivos. Un ganador que es, realidad, un fracasado, un perdedor que nunca dice lo que piensa porque los demás ya piensan por él.
En ‘El club de los 5’ es donde estaba ELLA. Sabéis de quién voy a hablar. La pelirroja más carismática del cine juvenil de los 80. La musa de Hughes. Aquella exuberante chica de labios carnosos y ojos profundos. ¡¡Molly!! ¿Por qué dejaste de hacer cine? ¿Por qué un día te fuiste y no volví a soñar contigo? ¿Por qué? Molly Ringwald no podía interpretar a otra que no fuera a Claire Standish, la pija consentida, la princesita que ha tenido todo en la vida y mira por encima del hombro a sus compañeros, sabiéndose más que ellos. Una pijilla de rosa que, tras esa pose de soberbia altiva, escondía a una pobre chica hundida por la coacción familiar de acatar unas obligaciones y expectativas que ella no quiere cumplir.
Anthony Michael Hall, aquel taheño juvenil que estaba destinado a ser una estrella y acabó por coprotagonizar peliculillas infectas de serie Z con un marciano asquerosillo, era el más pardillo de todos, era el aplicado Brian Johnson. Caracterizaba al empollón, al genio, al inteligente, al sabio, a la puta máquina de los estudios que tiene una total carencia de relaciones sociales, de una timidez impropia de un joven como él. Probablemente el más ‘freak’ de todos ellos.
Quedaban los dos PERSONAJES, con mayúsculas, de la película, los dos iconos de la cinta de Hughes que más marcaron entre unos hasta entonces arquetipos. Estaba bien que hubiera un macarra de instituto porque todos veíamos en él al tópico dibujo de un fanfarrón con chupa de cuero y con malas maneras. Eso era lo habitual, lo que hasta el momento era lo frecuente, lo de siempre. Judd Nelson, uno de los actores más carismáticos del cine de los 80 encarnaba a John Bender, el matón del grupo, el intocable, un intimidador que utiliza su simple presencia para amedrentar. Lo recuerdo, recuerdo ver cómo se metía con el pobre Brian, como casi se pega con Andrew, cómo hace llorar a Claire. Pero, de repente, algo imprevisto falla. Cuando va descubriendo que los demás no son tan diferentes a él, que los otros cuatro tienen problemas similares al los suyos. Improvisadamente, sin que el público lo espere, los resentimientos de John salen a flote y se viene abajo, nos alucinó porque el más fuerte de todos llora y nos revela, bajo sus lágrimas, que es el más débil de todos, pero que sabe también cómo funciona la vida.
Y, por último, está mi musa ochentera: Ally Sheddy, la dulce Ally. Allí estaba, una presencia imponente, bajo su mirada encolerizada, estudiando a todos, en silencio. Sin decir nada. No entra al trapo hasta bien entrada la película, hasta que conocemos a casi todos. Ella sigue ahí, Allison Reynolds, una oscura mirada bajo una inquietante presencia. Cuando habla, todo el mundo enmudece y se estremece con la terrible historia que cuenta. Es el PERSONAJE. Cuando siguen contando historias ella cambia, dice que ha mentido y todos vuelven a estremecerse. Llega un punto en que nadie la cree ¿Es cierto que, como dice es alcohólica, drogadicta, es maltratada y promiscua? ¿O es simplemente que tiene un problema de mentira patológica porque nadie en este mundo se ha parado a escucharla? Antes nunca lo supe, pero con los años, lo tuve claro. Allison era el SÍMBOLO de la película. Representaba la juventud de los 80, la juventud que tuvo claro lo que quería ser hasta que llegó un momento en el que sus metas sucumbieron a la incertidumbre de la duda. A la pregunta sin respuesta. Al grito de ayuda que no recibió respuesta.
Diversas personalidades que, como era previsible, terminarán confluyendo en una transitoria amistad y conocimiento. Es impresionante amigos. Ninguna película juvenil, jamás, ha logrado lo que Hughes realizó en 1985. Y aquel final ¿Alguien le puede echar en cara a Hughes una moraleja final? NO, porque no hay. ‘El club de los 5’ no tiene final feliz. Tal vez pueda ser optimista, pero nunca autocomplaciente. Hughes deja de lado su habitual objetivo edulcorado para ir mucho más allá, para indagar en un ideal adolescente que está perdido en su propio desconcierto, en la pérdida de la ilusión y el desapego por las metas existenciales. Y ni siquiera ellos lo saben. Como todo en esta vida, todo aquello que descubrimos que puede ayudarnos a ser felices (en este caso haber encontrado momentos compartidos, en un caso concreto el amor) es transitorio. Todo aquello que queremos nunca está a nuestro alcance. Los convencionalismos y la actitud de rutina escolar volverá a su normalidad la próxima vez que se vean. Han perdido la oportunidad de sus vidas. Y ellos lo saben ¿No os hace pensar? A mí mucho.
‘The breakfast club’ es una lección con varias lecturas, con una clase magistral sobre la vida y nuestro entorno juvenil. Una película que trataba al adolescente (y a los que no lo eran tanto) como espectadores inteligentes, lanzando un mensaje que está por encima casi del propio guión. Un guión envidiable ¿Existe hoy alguien con los suficientes cojones para hacer una película como esta? La respuesta es evidente: NO.
Hughes se las arregló para jugar de forma perfecta con un espacio cerrado, unos cuantos actores y actrices que realizaron el mejor trabajo de sus carreras y una música que hoy es clásica, que vive en nuestra memoria a pesar de nuestros gustos musicales. Suena en mi descolocada mentalidad ‘Don't forget about me', de Simple Minds, aquel ‘Heart Too Hot To Hold’, de Jesse Johnson & Stephanie Sprull, la nostálgica ‘We Are Not Alone’, de la olvidada Karla DeVito o el ‘Fire in the Twilight’, de Wang Chung.
He llegado a la conclusión de que esta película es una de esas indiscutiblemente necesarias para la evolución de cualquier persona. Así que, si alguien, por algún y extraño motivo, no la ha visto aún, que se prepare a ver una joya olvidada.
Los que ya sepan de su existencia, sólo espero que este mail les invoque sus gratos recuerdos y la revisen cuanto antes.