El arte canario no siempre fue realizado por canarios. Desde la Conquista hasta el siglo XVII (tanto la civil como la religiosa) se nutrió de talleres foráneos, ya fuesen de la Baja Andalucía, de Flandes, de Génova, incluso de Méjico. Así pues, puede decirse que hasta finales del siglo XVII no había una producción artística canaria capaz de responder a la demanda de imágenes, pinturas, ornamentos religiosos, orfebrería, etc. El primer cliente era la iglesia, siendo de destacar el mecenazgo del Cabildo Catedral de Las Palmas y de las grandes Órdenes Religiosas (franciscanos, dominicos, agustinos, etc.). La aristocracia también desempeñó un papel importante, pero menor que el de la iglesia. Hay que citar, sin embargo, el protagonismo de las familias flamencas afincadas en la isla de La Palma y dedicadas a la producción y comercio de la caña de azúcar, las cuales hicieron importantes encargos de tallas y pinturas a los talleres flamencos. Hoy en día estas obras de importación se han integrado en el patrimonio cultural de las islas.
[1. Virgen del Rosario, Escultura de madera policromada, 74 cm., Flandes, 1.ª mitad del siglo XVI, Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, Barlovento, La Palma.]
Canarias Prehispánicas, siglos XIII y XIV
Antes de la llegada de los conquistadores castellanos a las islas, otros europeos arribaron a sus costas: primero los genoveses, a fines del siglo XIII, y luego los catalanes y los mallorquines; estos últimos fundaron el obispado de Telde (1331-1391). Pero casi nada queda de estos primeros colonizadores del Archipiélago. Se cree que acaso sea mallorquina la imagen de San Nicolás de Tolentino que se conserva en la parroquia de la localidad del mismo nombre, en la isla de Gran Canaria. Lo mismo puede decirse de los conquistadores normandos que llegaron en el siglo XIV, de quienes sólo se conservan las ruinas góticas de San Marcial del Rubicón, en Lanzarote, y algunos elementos arquitectónicos de estilo gótico en Betancuria (Fuerteventura). La imagen de la Virgen de la Peña, patrona de esta isla, pudo haber sido traída por los normandos en el primer tercio del siglo XV. Es una hermosa escultura de alabastro, labrada en algún taller del norte de Francia.
Arte de los conquistadores (siglo XV)
Los conquistadores castellanos también portaban consigo imágenes sacras de campaña, como la Virgen de la Consolación, que acompañaba al Adelantado Alonso Fernández de Lugo, y que hoy se conserva en la iglesia de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife. Se cree que la Virgen de las Nieves de La Palma, que es de procedencia sevillana, también pudo haber sido traída por dicho conquistador. Sevillana es también la Virgen del Pino, patrona de Gran Canaria, realizada en barro cocido por Jorge Fernández. La primera imagen de la Virgen arribó a la isla seguramente con las misiones franciscanas en la mitad del siglo XV; perdida en el aluvión de 1826, hoy sólo la conocemos a través de copias. La del Cristo de La Laguna llegó con el Adelantado Alonso Fernández de Lugo. Es una pieza de excepcional valor artístico, tallada en madera de roble de Flandes, de estilo gótico. Antes de que el Duque de Medina Sidonia se la obsequiara al adelantado era venerada en la ermita de la Vera Cruz en Sanlúcar de Barrameda. En 1520 el conquistador la donó a su vez al convento franciscano de San Miguel de las Victorias, en cuya iglesia aún se conserva.
En las columnas y bóvedas de la catedral de Las Palmas -el monumento más importante de la arquitectura canaria- nos encontramos con una manifestación grandiosa del estilo gótico-manuelino. El estilo gótico también está presente en muchas portadas de palacios del barrio histórico de Vegueta, barrio que se desarrolló en torno a la fábrica de la catedral de Las Palmas.
[2. Catedral de Las Palmas.]
En las portadas de las mansiones de Vegueta también se conservan del estilo renacentista algunos elementos arquitectónicos clasicistas. En cuanto a las artes plásticas de esta época, siglo XVI, cabe citar la importación de algunas tallas flamencas renacentistas, datadas en el primer tercio de esta centuria, como el tríptico de Taganana, atribuido a un pintor de la escuela de Brujas, o el de la ermita de Las Nieves, en Agaete, atribuido a Joos Van Cleve.
[3. Tríptico de Las Nieves, Agaete, las Palmas de Gran Canaria.]
En Canarias, la cultura artística del Barroco abarca desde mediados del siglo XVII hasta finales del siglo XVIII. Es el primer estilo que arraiga plenamente en las Islas. Ya no cabe hablar de una implantación relativa; se manifestó en todas las artes, contando con una aportación importante de los creadores canarios, pues fue entonces cuando se formaron en los núcleos urbanos de las islas los primeros talleres que abastecían de cuadros e imágenes a las iglesias, conventos y mansiones señoriales. Lo cual no quiere decir que se dejasen de importar obras de los talleres genoveses y sevillanos; aunque se interrumpiera la importación de tallas flamencas, ya que la presencia de éstas en las islas, especialmente en La Palma, tenía que ver con un fenómeno comercial, el de la caña de azúcar, y cuando dicho monocultivo fue reemplazado por el del vino, todo el tráfico comercial de las islas se desvió a Inglaterra.
La segunda mitad del siglo XVII en Canarias estuvo marcada por las secuelas de una gran crisis económica, de la que se hacía eco Viera y Clavijo, señalando el hecho de que todos los grandes conventos fuesen fundados antes de 1640. Sin embargo los talleres canarios desde entonces hasta finales del siglo XVIII no dejaron de producir piezas de arte sacro para los conventos, ermitas y parroquias de las islas.
Durante el siglo XVII se configura el modelo de la arquitectura tradicional canario, tanto en la tipología civil (la casa) como en la religiosa (la iglesia, la ermita y el convento). El uso de la madera en las ventanas exteriores, en las balaustradas de los patios interiores y en los artesonados de los salones y en los suelos infunde personalidad a estas creaciones anónimas de nuestra arquitectura. La tradición artesanal de la carpintería proclama su origen mudéjar, proveniente de la Baja Andalucía, en tanto que ciertas soluciones arquitectónicas apuntan a un origen portugués.
En la pintura surgen los primeros maestros canarios, como el orotavense Gaspar de Quevedo, nacido en 1616. Entre los siglos XVII y XVIII trabajaron Cristóbal Hernández de Quintana (1651-1725), en Tenerife, y Bernardo Manuel de Silva (1655-1721), en La Palma, quien también cultivó la imaginería religiosa. Y a finales de dicha centuria hay que destacar la labor del grancanario Juan de Miranda (1723-1805).
En el estilo barroco también se expresó el más grande escultor que ha dado Canarias durante el Antiguo Régimen, el imaginero José Luján Pérez (1756-1815), creador en sus imágenes marianas de un modelo de rotunda y deslumbrante belleza, véase la Dolorosa de la Catedral de Las Palmas, que la devoción popular asocia con la fisonomía de la mujer canaria. Las obras que proyectó como arquitecto evidencian su filiación a la estética neoclásica, por ejemplo, sus intervenciones en la catedral de Las Palmas.
[4. Cristo de Luján Pérez, Catedral de Las Palmas.]
Durante los siglos XVII y XVIII florecieron también las labores de orfebrería. La plata traída de América se repujaba en los talleres canarios, sobresaliendo la calidad de las piezas elaboradas por los orfebres laguneros. Asimismo floreció el arte del retablo: esas portentosas fábricas de madera dorada que decoran suntuosamente los interiores de los templos de las islas.
Los mejores frutos artísticos llegaron en la segunda mitad del siglo XVIII. El modelo de vivienda aristocrática alcanzó entonces su máximo esplendor (véase la denominada Casa de los Balcones, de la Orotava). Esta tipología se caracteriza por el brillante desarrollo de las fachadas -de tres plantas, con un balcón corrido en el granero-, y por la amplitud y nobleza de los patios interiores -con corredores sustentados por columnas, que podían ser de piedra o de madera, y balaustradas de madera talladas con maestría y primor- De uno de los costados del patio partía la escalera de madera que conducía al salón noble de la casa, cuyas ventanas, dotadas de asientos, daban a la fachada principal del edificio.
En las últimas décadas del siglo XVIII, la penetración de las ideas ilustradas procedentes de Europa supuso una modernización «externa» de la casa tradicional canaria, que perdió algo de su aire señorial y rústico para vestirse con la apariencia decorosa de la edificación urbana. Las referencias neoclásicas, que se manifiestan en la regularización de los vanos, en el uso discreto de frontones y, sobre todo, en la tendencia a tapar los aleros de los tejados, constituyen modificaciones estilísticas que no afectan a la estructura interna de la vivienda. Es tan sólo un cambio de piel.
El nuevo espíritu cívico, que la ilustración canaria promovió a finales del siglo XVIII, fue el desencadenamiento ideológico que hizo posible durante la centuria siguiente el desarrollo urbano de las dos capitales canarias, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, ciudades que crecerían impulsadas por la actividad comercial de sus respectivos puertos. La arquitectura y el urbanismo serán un reflejo de estas profundas transformaciones que se estaban operando en la sociedad canaria.
Los principales arquitectos ejercieron también de urbanistas: Manuel de Oraá (1822-1889), en Tenerife, que proyectó el Teatro Guimerá; y Manuel Ponce de León y Falcón (1812-1880), que también practicó la pintura, a quien se debe el diseño de la plaza del Espíritu Santo, en Las Palmas de Gran Canaria.
En el terreno de las artes figurativas esta nueva mentalidad determina el nacimiento del retrato burgués. Como las rentas de la iglesia disminuyeron sensiblemente y la religiosidad se fue enfriando, un nuevo tipo de mecenazgo acabaría por imponerse: el de la burguesía y el de las instituciones públicas (ayuntamientos, cabildos, etc.). Salvo excepciones, no hay pintura mitológica, ni pintura de ruinas, ni versiones morales de la historia romana.
Los artistas se convierten en profesionales burgueses: Luján Pérez fue consejero del Cabildo de Las Palmas, Fernando Estévez, concejal del Ayuntamiento de la Orotava, y Luis de la Cruz, alcalde del Puerto de la Cruz.
Los dos artistas neoclásicos más importantes que dio Canarias fueron el pintor Luis de la Cruz y Ríos (1776-1853) y el imaginero Fernando Estévez (1788-1854). El primero fue un magnífico retratista y miniaturista, para quien posó la aristocracia isleña, antes de que Fernando VII lo nombrara pintor de Corte, debiendo trasladarse a Madrid, donde siguió cultivando la miniatura y el retrato al óleo. De Fernando Estévez, cabe decir que fue discípulo de Luján Pérez. Su estilo es más sosegado y clásico que el de su maestro. La serenidad, como se sabe es un atributo estético del arte neoclásico. Plasmó en sus vírgenes un modelo de belleza femenina cuya expresión dulce y melancólica induce a pensar en la influencia que pudo haber recibido de la estatuaria genovesa de la época, cuyas piezas se siguieron importando en Canarias a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Véase su Magdalena de la Catedral de La Laguna, o el Nazareno de la iglesia de Santo Domingo, en Santa Cruz de La Palma. En 1846, atraído por el auge comercial de su puerto, se instaló en Santa Cruz, donde abrió un taller, y fue nombrado profesor de dibujo y modelado en la recién creada Academia Provincial de Bellas Artes.
En el siglo XIX el pintor canario descubre la naturaleza. Al principio sus visiones eran idealizadas y románticas, por ejemplo, en los paisajes de Cirilo Truilhé (1813-1904); pero después, la visión naturalista es implantada por una generación de pintores canarios que estudiaron en Madrid con el maestro Carlos Haes entre los cuales el más dotado fue, sin lugar a dudas, Valentín Sanz y Carta (1849-1898). Nadie antes que él supo representar los paisajes de las cumbres de las islas, atravesados por profundos barrancos y cubiertos por la frondosa vegetación de la laurisilva y el pino canariensis. Gracias a la recomendación de su amigo el político grancanario Fernando de León y Castillo, que era un admirador de su pintura, se enroló como dibujante en una expedición científica que zarpaba rumbo a las Antillas. Al llegar al puerto de La Habana, nuestro pintor se quedó prendado de la ciudad, donde muy pronto se granjeó fama de hábil retratista y paisajista consumado. Sorprendido por el éxito alcanzado entre la sociedad criolla, decidió presentarse a una oposición para cubrir la cátedra de Paisaje en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, de La Habana. No tuvo dificultad en ganarla, y se quedó en dicha capital, donde pintó evocadoras imágenes del interior y de las costas. A los 49 años, hallándose en la plenitud de sus facultades creativas, falleció en La Habana, a causa de unas fiebres contraídas en una visita que realizó con su esposa a la región de los lagos (State Islands), en Estados Unidos.
Si Luis de la Cruz emigró a Madrid y Valentín Sanz a La Habana, el palmero Manuel González Méndez (1843-1909) lo hizo a París. Allí adquirió una sólida formación académica, estudiando con el afamado maestro Gérome. Despuntó, sobre todo, en el arte del retrato.
[5. Fragmento de la obra Molino de viento, Valentín Sanz Carta.]
En el umbral del siglo XX hay que citar la figura del pintor y decorador grancanario Néstor Martín Fernández de la Torre (1887-1938); quien nos ha dejado dos grandes series pictóricas que reflejan su adscripción a la estética del simbolismo modernista: el Poema del Mar y el Poema de la Tierra, quedando ésta última inconclusa. Estas series sólo son una parte del ambicioso Poema de los Elementos, que, como homenaje a la naturaleza canaria había proyectado realizar, y que su temprana muerte truncó. Antes de él ningún artista canario se había atrevido a realizar tan vastas decoraciones murales. Sirva de ejemplo las que ejecutó para el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas o para el Casino de Santa Cruz de Tenerife. El muralismo fue también cultivado por José Aguiar (1895-1976), nacido en Cuba, aunque de origen gomero -sus padres eran de Agulo-. A comienzos de la década de los 30, mientras Néstor realizaba su decoración del Casino de Santa Cruz, Aguiar ejecutaba en el mismo edificio otro gran mural, el Friso Isleño. Se formó en Italia, en contacto con los artistas del grupo Novecento, próximos a la ideología del Fascio. A su vuelta, y una vez terminada la Guerra Civil, se propuso reflejar en imágenes la ideología de los vencedores. Con el paso del tiempo, su temperamento apasionado le llevó a practicar una pintura barroca y expresionista, de colores intensos y composiciones abigarradas, como se puede contemplar en los grandes murales que realizó para el Cabildo de Santa Cruz de Tenerife (1951-60) y para la Basílica de Candelaria, que hubo de concluir su hijo.
[6. Segunda Tapada. El Fandango de Candil. Acuarela. 29 x 23 cms. 1927, Museo de Néstor.]
En el primer tercio del siglo XX, hay que citar también la producción paisajística de dos pintores en cuyas obras se refleja la influencia de la escuela impresionista: el tinerfeño Botas Ghirlanda (1882-1917), que pasó una temporada en Nápoles, pintando su bahía, y el grancanario Nicolás Massieu y Matos (1874-1954), de quien cabe mencionar sus visiones de las cumbres de Gran Canaria. Dentro del impresionismo se encuadra la producción de los acuarelistas canarios, cuya estética deriva de las acuarelas que realizaron los viajeros ingleses que visitaron las islas en el siglo XIX, como Alfred Diston. El más dotado de todos los acuarelistas canarios fue Francisco Bonnín (1874-1963). Sus visiones tópicas y amables del campo de las islas responden a los planteamientos estéticos e ideológicos del regionalismo, que contó con otros cultivadores representativos, como José Aguiar, al que ya nos hemos referido, y el costumbrista Pedro de Guezala (1896-1960), que se especializó en la fijación de una iconografía tópica del campesinado canario, haciéndose populares sus cuadros de magos y magas.
[7. Óleo de Botas Ghirlanda.]
En cuanto a la arquitectura, hay que decir que, desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX, predominan los neoestilos y el eclecticismo. Luego, a principios del siglo XX, se impone el estilo decorativo del modernismo, que se expande en amplias zonas de la calle Triana, en Las Palmas, así como en el Barrio de los Hoteles, en Santa Cruz de Tenerife. Los principales arquitectos modernistas canarios fueron Estanga, Pintor, Pisaca, etc.
Como reacción al decorativismo modernista surge el racionalismo arquitectónico, defendido por la revista de vanguardia Gaceta de Arte, cuyo director Eduardo Westerdahl fue un encendido defensor de la nueva arquitectura funcional. Los principales arquitectos que proyectaron en este estilo fueron en Gran Canaria, Miguel Martín Fernández de la Torre, hermano del pintor Néstor, y en Tenerife, Marrero Regalado. Ambos se pasaron a una estética regionalista, llamada neocanario, que se desarrolló en los años cuarenta y cincuenta.
En las artes plásticas, los años treinta vieron el auge del arte de vanguardia: por una parte, el surrealismo de Óscar Domínguez y Juan Ismael, por otra parte, el indigenismo, que fue promovido por la Escuela Luján Pérez en Las Palmas. Pintores como Felo Monzón y Jorge Oramas o escultores como Plácido Fleitas y Eduardo Gregorio, se propusieron reflejar en imágenes los rasgos de identidad del paisaje y del hombre de las islas. Mientras que en París, el tinerfeño Óscar Domínguez, el más internacional de los artistas que han dado las islas, pintaba evocaciones oníricas del paisaje insular.
[8. Autorretrato, lápiz rojo sobre papel, 24 x 18 cms., José Jorge Oramas.]
La Guerra Civil cercenó este renacimiento cultural. Hubo que empezar de nuevo. En los años cincuenta se formó en la ciudad de Las Palmas, el grupo «LADAC», en el que inició su andadura artística Manolo Millares, quien luego jugaría un papel trascendental en el desarrollo del arte abstracto español, como fundador del grupo «El Paso», (1967), del que también formó parte el escultor grancanario Martín Chirino. El arte dramático de Millares se valió de la ruda y raída arpillera para dar cuenta de la situación de angustia que se vivía en España en los años de la dictadura franquista; pero también este humilde material expresaba simbólicamente el amor que este artista sentía por la cultura aborigen canaria: sus homúnculos evocan los cueros retorcidos y acartonados que amortajaban las momias guanches conservadas tras las vitrinas del Museo Canario de Las Palmas. La obra escultórica de Chirino está exenta de connotaciones dramáticas. El planteamiento formal de sus piezas se sustenta en el efecto de expansión/concentración potenciado por el desarrollo de líneas de fuerza estructurales. Sus esculturas, realizadas en hierro, bronce y acero cortén, son representaciones simbólicas de la vida originaria, como lo proclama la perfección orgánica y eurrítmica de sus espirales. La alusión a los petroglifos de la cultura aborigen les confiere a estas espirales el valor de emblemas de la entidad canaria.
Mientras Millares y Chirino participaban en Madrid en la aventura de «El Paso», otro artista canario, César Manrique (1920-1992), establecido como aquéllos en la capital de España realizaba una pintura abstracta cuya textura matérica constituía una alusión simbólica, metonímica, al territorio volcánico de su isla natal, Lanzarote. Tras unos años de fructífera estancia en Nueva York (1964-68), tomó la decisión de volver a Canarias, cumpliendo en la isla de Lanzarote su vocación de artista total: pintor, escultor (véanse sus imaginativos móviles), arquitecto paisajista, diseñador, etc.
Desde la Conquista ¾ cuando todas las piezas artísticas eran importadas¾ hasta hoy, el hombre canario ha ido proponiendo distintos modelos de interpretación del mundo y ha encontrado en el arte una forma de afirmación de su identidad.
[9. El viento, escultura de Martín Chirino.]
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