Pepe Isbert da vida a Amadeo, el verdugo. Esa ha sido su profesión: ejecutar, porque como él dice “si hay pena, alguien tiene que aplicarla”. José Luis es enterrador. Tiene cierta grima por su profesión, le gustaría ser mecánico. Entre ambos se encuentra Carmen, la hija de Amadeo y futura esposa de José Luis. El triángulo diseñador por nuestro genial dúo (Azcona, Berlanga), aquí en colaboración con Ennio Flaiano, servirá de base para ofrecernos un disparatado, cómico y delirante alegato contra la pena de muerte a través de esa herencia de cargo tan repudiante.
Cuando en Europa las democracias comenzaban a madurar, el Estado del Bienestar se asentaba, los ciudadanos tomaban conciencia, olvidaban las guerras y disfrutaban de la libertad. Cuando todo eso ocurría en Europa, en España todavía se ejecutaba con pena de muerte mediante garrote vil. Berlanga, Azcona y Flaiano nos muestran una sociedad decadente. Es la España de los 60, una España tétrica. Al tema principal, nuestros cineastas, lo complementan con el sueño americano a lo español. Es decir, a lo rancio. Emparentado con la hija del verdugo, padre de rebote que desemboca en un matrimonio cuasi de conveniencia, y un piso digno a cambio de un trabajo desgraciado: ser verdugo. La comicidad impregnada a la historia no esconde esa grisácea realidad. No cabe duda que el pilar principal es la pena de muerte. Magistral son las escenas finales, el desplome de Nino Manfredi, quien deseoso de no hacerlo, lo hace. Era una España acorralada, sin libertad ni elección.
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