Curas rojos, sacerdotes vascos del proceso de Burgos, presos comunes encuadrados en la Copel, jóvenes delincuentes como el Vaquilla, miembros del PCE, de los GRAPO, hasta llegar a lo más cualificado de la ultraderecha española. Todo un curioso muestrario humano de la transición política y social de España cruzó el umbral de la prisión de Zamora. La prisión ha saltado nuevamente a la actualidad por albergar a 13 presos de la ultraderecha, entre ellos varios encausados en la matanza de Atocha y el condenado por el asesinato de la joven Yolanda González, Emilio Hellín, a quien recientemente el juez de vigilancia penitenciaria de Valladolid ha concedido un polémico permiso.
ENVIADA ESPECIALSólo desde la terraza de la enfermería, la visión del Duero, imposible desde las celdas, puede mitigar la sensación de encierro. Francisco García-Salve recuerda, sin embargo, haber visto desde su celda, desde los baños, desde algún sitio, al menos la línea de árboles que bordea el río, cuando la niebla, frecuente y espesísima en los inviernos de Zamora, no aísla la prisión de su entorno, hasta cegar incluso los reflectores de seguridad.
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Han pasado más de diez años desde que el 24 de noviembre de 1975 el que fuera jesuita y militante del PCE -"no tenía todavía el carné, pero ya estaba en el partido"- abandonó la cárcel de Zamora tras cumplir una condena por asociación ilícita que quedó interrumpida por el indulto concedido a la muerte del general Franco, con los estudios de derecho prácticamente concluidos y la firme decisión de colgar los hábitos. "De la prisión recuerdo el frío. Había un corredor abierto que daba al patio, que era algo terrible en los inviernos". El corredor, en el ala llamada provincial, donde se albergó, desde 1968 en que llegaron los primeros, a los sacerdotes que debían cumplir una condena penal, está ya acristalado, aunque el frío entra por todas partes, y llega incluso hasta la amplia sala donde los presos comunes que hoy cumplen aquí condena o esperan juicio, ven la televisión.
"Lo peor fueron los 227 días seguidos que me pasé en celdas de castigo, donde no te permitían tener ninguna manta". -recuerda García Salve- "Yo me envolvía los pies en papel higiénico, y gracias que algún funcionario caritativo te ponía una toalla en el suelo".
Hoy los 13 presos ultraderechistas encerrados en el primitivo ala celular de la prisión, a esta hora vacia, limpia y en perfecto orden, cuentan con las ventajas que ha impuesto el signo de los tiempos. "Ya son posibles tres comunicaciones semanales, vis-a-vis, con la esposa, o la compañera, o la amiga, siempre que sea la misma todas las veces -señala Gerardo Prieto, director de la cárcel de Zamora desde el 6 de julio de 1983-, y por supuesto se les permite leer todo lo publicado legalmente". "Pero, aun así -comenta otro de los funcionarios más veteranos de Zamora-, yo le digo que estos ultras están muy abandonados. No han recibido más visitas que las de sus familiares, y se les ve que no tienen mucho dinero. Cuando estaban los curas, por aquí pasaron cantidad de obispos: Setién, Cirarda, muchísimos. Luego, con los grapos, qué le voy a decir. Además que se les veía manejar dinero, vaya que el partido suyo les cuidaba".
Quizá de todas las etapas conflictivas que ha vivido esta cárcel, la más tormentosa, al menos para los periodistas locales, fue el año en que los grapos permanecieron encerrados en ella. "Eran terribles las broncas que organizaban sus familias. Recuerdo que todos teníamos cierta psicosis de pánico en Zamora", comenta un informador local. Pero en la calle la gente se encoge de hombros cuando se le pregunta por la cárcel. "¿Que hay cuántos ultras? Ah, pues ni idea. Yo, la verdad es que estoy más preocupada por el paro. La cárcel me da igual", comenta la dueña de una tienda de lanas. Nadie parece saber nada de los internos actuales, aunque la mayoría recuerda vagamente a los curas o a los grapos. "Sí, algo recuerdo de una fuga muy grande -comenta el dueño de una antigua pañería de la plaza Mayor- porque había muchos controles en las carreteras". Y es que la prisión de Zamora ha sufrido también un intenso historial de fugas o intentos fallidos de evasión.
Bajo el módulo del provincial está el lugar, convenientemente tapado ya, en que los curas vascos excavaron en 1976 el primer túnel en un intento de huída que quedó tan sólo en eso, al ser descubierto a tiempo por los funcionarios. Sin embargo, el suelo de arenilla sobre el que se asienta la prisión, la proximidad de la frontera portuguesa -poco más de 60 kilómetros- y la densa niebla que circunda el recinto en invierno propiciaron una sonada fuga en diciembre de 1979. La fuga de los cinco cerebros de los GRAPO encerrados desde diciembre del año anterior en Zamora. Enrique Cerdán Calixto, Abelardo Collazo Araujo, Fernando Hierro Chomón, Francisco Brotons Beneyto y Juan Martín Luna consiguieron la libertad gracias a un nuevo túnel que en aquella ocasión sí llegó al exterior.
"Qué quiere que le diga de aquellos días en que dirigí la cárcel de Zamora". Pedro Romero, hoy inspector de Servicios de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, instalado en Madrid, prefiere no decir nada, casi nada, de aquel mes y medio escaso de 1979 en el que "pasamos de tener 42 a 83 grapos, además de los comunes que habían llegado de la prisión de Segovia. Para los grapos teníamos sólo 29 celdas, y claro, hubo que juntarles con los comunes. En el poco tiempo que estuve en Zamora tuve tres huelgas de hambre salvajes y luego la fuga". "Todavía está sin resolver el recurso que interpuse contra mi sancion, asi es que prefiero no decir nada".
Guerra psicológica
Jesús Domingo Guerra, hoy profesor de EGB en Toro, y en los años setenta funcionario de la cárcel de Zamora, tampoco quiere darle muchas vueltas a su memoria para rescatar aquel episodio. "Recuerdo aquella etapa como muy tensa, muy desagradable. Los internos, todos ellos muy politizados, mantenían una auténtica guerra psicológica contra nosotros los funcionarios". Domingo Guerra se acuerda muy vagamente del incendio de la capilla que provocaron los curas presos y de cómo los funcionarios se sentían en medio de una guerra implacable.Hoy, 118 presos, la mayoría por delitos comunes, viven en Zamora una vida casi mineral. En la parte nueva, con calefacción central y televisor en color, los chicos se benefician de la programación matinal, que cuenta con mayor afición que la práctica del deporte, el trabajo de los talleres o aquel ajedrez y frontón al que eran tan aficionados los curas. "Estudiar, la verdad es que los ultras estudian todos menos dos. Los de antes también lo hacían" -recuerda otro funcionario- "Bueno, los vascos, cosas relacionadas con la historia de Euskadi y su idioma, pero carrera universitaria sólo recuerdo que la estudiara García-Salve".
Pese al frío, dos o tres presos instalados en la enfermería pasan la mañana en la terraza con vistas al Duero. Un sexagenario que cumple condena por homicidio saluda afectuoso al director del centro y a sus acompañantes. "No se crea usted lo que le digan otros -dice a los periodistas-; aquí estamos estupendamente, bueno, dentro de lo que cabe. Claro, yo, además, tengo permiso de fin de semana, pero es que a las personas buenas", -sentencia- "se les trata bien en todas partes".
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