Me preguntaban hace poco en qué consiste la discriminación conocida como especismo. Las definiciones que TSA ha preparado para las nuevas ediciones del Diccionario de lengua española de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) son las siguientes:
especismo 1. m. Discriminación hacia aquellos individuos que no pertenecen a una cierta especie. especista 1. adj. Perteneciente o relativo al especismo. 2. adj. Partidario del especismo. U. t. c. s.
Como otras discriminaciones del mismo corte (sexismo, racismo), el especismo entiende que hay ciertos individuos (en este caso, animales no humanos), que por el hecho de ser morfológicamente distintos al ser humano, han de ver sus propios intereses (de asociación, de ir donde les plazca, de juego, de solaz físico) socavados para plegarse a lo que arbitren los discriminadores.
Óscar Horta explica que la cuestión de la consideración moral de los animales no humanos ha sido tratada a lo largo de la historia de manera muy puntual y marginal; a mí me gusta matizar que ha sido tan puntual y marginal como recurrente. Para llegar a una conclusión o a otra, en toda época ha habido alguien que ha pensado, con mayor o menor intensidad, con más o menos calado, en la relación que los seres humanos mantienen con el resto de los animales. La reflexión ha podido hacerse desde el plano religioso (en un espectro que abarca desde Pitágoras a los jainistas, desde los ascetas budistas o cristianos hasta Gandhi), del derecho (está presente una reflexión en Tomás de Aquino, que Francisco de Vitoria no olvida; el autor arábigo de la Disputa entre los animales y el hombre —planteada en forma alegórica y de querelle— es otro de sus ejemplos) o literario (nadie puede olvidar el caballo de Dostoyevski o la ostra parlante de Voltaire, o las bestias manchadas de sangre en la obra de Plutarco), pero lo que viene a ser claro es que algo está mordiendo en la conciencia del hombre justo cuando piensa en qué estamos haciendo con aquellas especies que no son humanas.
Desde hace poco tiempo, apenas algo más de treinta y tres años, desde la bomba intelectual que supuso la publicación de Animal Liberation, de Peter Singer, el enfoque animalista ha ido derivando poco a poco; las posiciones anteriores, que se detenían en los deberes por compasión o benevolencia hacia los animales no humanos bajo nuestro poder (en el más puro aspecto ético kantiano) y la clase de trato dado a los animales no humanos al utilizarlos, han virado al cuestionamiento del derecho de los humanos a usar, como si fuesen objetos éticamente irrelevantes, a los animales no humanos.
Este derecho de uso, inserto en toda cultura humana, se hace en virtud del especismo: la firme creencia —basada en un prejuicio y que no se apoya en motivo racionalmente defendible alguno— de que los animales no humanos están aquí a nuestro servicio, que no tienen intereses propios, que ni sienten ni padecen y que, por encima de su voluntad, ha de primar la nuestra.
Así, el especismo hace referencia al principio ideológico en el que se amparan todas las actitudes deplorables que el hombre tiene con el resto de los animales: desde prender fuego a gatos a colocar a delfines en acuarios para el solaz de la gente; desde catalogar a los animales vacunos como cosas que se comen hasta emplear a otras especies para que nos hagan compañía (eso sí, siempre en el modo que nosotros queramos). El resultado más evidente del especismo es que los animales pasan de ser seres autoconscientes y con intereses a objetos manipulables, cuyos intereses no se tienen en cuenta, que pueden ser poseídos y comprados como mercancía. Para decirlo más clara y crudamente: gracias a esa discriminación, pasan a ser nuestros esclavos.
Para el mismo autor, especismo es:
(…) la discriminación de aquellos que no son miembros de una cierta especie (o especies). En otras palabras: el favorecimiento injustificado de aquellos que pertenecen a una cierta especie (o especies).
Y culmina escribiendo:
El especismo ha sido definido en ocasiones como un trato desventajoso (o una consideración desigual) basada únicamente en la pertenencia a la especie. O un trato o consideración que favorece a los miembros de una cierta especie (o de varias especies) en función de factores que no tienen que ver con sus capacidades individuales. Estas definiciones, sin embargo, no parecen adecuadas cuando son contrastadas con la consideración que comúnmente reciben las distintas defensas de las discriminaciones intraespecíficas. Aquellas posiciones que defienden que los humanos varones o de ascendencia europea poseen determinadas capacidades individuales y que por ello deben ser favorecidos son comúnmente tildadas, si el criterio apelado es moralmente injustificado, de sexistas y racistas. Tomemos, por otra parte, la discriminación que han sufrido a menudo aquellos con síndrome de Down.
Ésta no es considerada de manera distinta según sea defendida sin aducir ningún argumento o sobre la base de que no poseen determinadas capacidades. No hay motivo alguno, pues, para conceptualizar el especismo de modo diferente.
Cabe también indicar que esta definición implica que una diferenciación justificada que distinga entre los miembros de especies distintas no será especista (al igual que no es sexista, por ejemplo, defender que las mujeres, y no los hombres, puedan tener derecho a atención ginecológica). El especismo, por definición, es una posición moralmente injustificada.
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