Walter (o Walterius) Map, o Mapes (circa 1140 - 1209) fue un viajero inglés autor de De nugis curialum, que quiere decir algo así como Liviandades cortesanas (posiblemente escrita entre 1188 y 1193), obra miscelánea que ha dado no pocas sabrosas noticias acerca de diversas leyendas: es famoso por ser el primero que nos da referencias de casos de vampirismo en Inglaterra, pero también por darnos la información más antigua que tenemos de Cola Pesce, Nicolo da Messina, Nicolo Pesce o, como lo conocimos en España, el Peje Nicolao (1).
El núcleo de esta leyenda tiene su origen en el Faro de Messina, que es donde la coloca Map, refieriéndose a supuestos hechos ocurridos en tiempos de Guillermo II el Bueno rey de Sicilia (1166-1189), es decir, casi inmediatamente antes de escribir la obra. De nuevo, otro escritor de Inglaterra, nación que siempre ha dado ciudadanos italianizantes (hay un dicho italiano que habla de ello y no para bien) (2), cita al Pesce Cola en su Otia Imperialia, escrita en torno a 1215, pero situándolo en los años del Rey Ruggiero de Sicilia, que es sabido que murió en 1154, es decir, antes incluso de la mención de Map; veamos ahora en qué consiste la vida del buen peje.
Se dice que el tal Nicolo era un niño normal que, como tantos otros habitantes de la costa, desarrolló una pasión irrefrenable por el mar. Tanto era así, que pasaba gran parte del día en el agua, con lo que llegó a dominar las artes natatorias hasta tal punto, que más parecía pez que hombre. Pese a sus aficiones naúticas, se hablaba de él como un personaje cercano, amable y servicial que se adentraba en las aguas hasta llegar a los navíos de altura, a los que saludaba alegremente y les hacía el favor de llevarles cartas a sus parientes de la costa. No se nos cuenta que lo hiciese por ’servicios’, esto es, por la paga cotidiana que sirve para que uno desfallezca de carestía. El buen Cola Pesce parece que, aparte de nadar por la superficie como un delfín, buceaba como un cachalote, permaneciendo bajo el agua una cantidad de tiempo considerable y descendiendo a los fondos marinos como quien no quiere la cosa. Un día, el Re Ruggiero (según Gervasio de Tilbury, el autor de los Otia), avisado de las especiales dotes de su súbdito, se presentó en Messina, aprovechando para tirar una copa de oro como por descuido al mar, y recomendando a Cola Pesce que se la recuperase. Rápido, el otro descendió al fondo de los mares, y volvió, bien pasada la media hora, no solo con la copa, sino con una relación “de los palacios de corales que en el fondo posee su majestad”, cosa que interesaba grandemente a Ruggiero, quien, aparte de haber querido siempre saber si la isla siciliana flotaba sobre las aguas o se asentaba en los cimientos marinos, tenía esas angustias pecuniarias propias de los reyes que bien podrían saciarse a base de expoliar sus insospechadas ciudades submarinas. Posiblemente, Gervasio de Tilbury (y los autores posteriores que lo tratan, que no son pocos) no fueron muy conscientes de que estaban sentando los primeros fundamentos acerca de la jurisdición de aguas territoriales, por no decir sobre la propiedad del fondo marino; el caso es que Ruggiero volvió, no se sabe si por negligencia o por jugar una vez más a ese juego apasionante de hacer que los demás hagan lo que a uno le viene en gana, a arrojar la copa al mar. El Pez Nicolao volvió a sumergirse, pero no a salir, con lo que no sabemos si se ahogó, si sirvió de merienda a un tiburón, o si en pago a semejante esclavitud, tomó la copa y se largó con corriente fresca.
Algo más tarde, la crónica de Fra Francesco Pipino, que vive en los primeros compases del siglo XIV, y que edita Benedetto Croce, aparte de decirnos que Nicolo vivía cuando él era niño, aporta una adición curiosa: según el fraile, el niño Nicolao, que no quería salir del agua ni a tiros, había molestado tanto a su madre que como consecuencia (a decir de Croce), le había maldecido con la frase “Potesse diventar pesce”, que viene a querer decir algo así como que mal rayo lo partiese y que quisiesen los cielos transmutarlo en pez. Bueno, a tenor de los relatos, el Peje Nicolás no se transformó en pez, o al menos, no totalmente. Para algunos tenía branquias, o adoptaba un curioso método de transporte submarino, al introducirse en el vientre de peces enormes y viajar tan cómodo como si dispusiese para él de todo un vagón de tren. En determinados momentos, cuando le apetecía, rasgaba desagradecidamente el vientre de esos vagones y se dedicaba a explorar el fondo marino con ociosidad. Tanto viaje, habrán notado, le transporta con facilidad por toda la península italiana, hasta el punto que numerosas ciudades costeras se arrogan el dudoso honor de ser la Patria de Nicolao, Nápoles entre ellas, como conoció Croce de niño (3).
En España, quizás por las prontas relaciones mediterráneas, por las posesiones sicilianas de la Corona Aragonesa, o bien por las noticias de los soldados españoles que surcaban Italia, era muy célebre la leyenda; hace referencia al peje nada menos que nuestro Cervantes (Quijote, II, cap. XVIII), en tanto que Lope en El animal profético y dichoso parricida San Julián (agárrense ustedes con el título) compone unos heptasílabos referentes a otra de las adiciones de la leyenda: la del Pez Nicolás como propietario de una redoma “para bolverse las viejas moças” (según se contiene en el título de un pliego de cordel que cita Julio Caro en sus Fragmentos italianos), ya por no hablar de la dedicación que le dedica un autor anterior a éstos dos, de donde posiblemente, si ya no de oídas, recogen la leyenda: la Silva de varia lección, de Don Pedro Mexía.
Era difícil que estas cosas escapasen al ojo perspicaz y a la portentosa erudicción de Benito Feijoo, quien a propósito de un hecho curioso ocurrido en Liérganes, viene a sacar a colación la leyenda de Nicolao. En el Teatro Crítico Universal, obra de inmenso calado y admirable registro de las diferentes ocupaciones del padre Feijoo, dedica el capítulo octavo del tomo sexto a la descripción y dilucidación de un suceso curioso que recorrió España, y que, en buena medida, enlaza con nuestra historia. Quien quiera saber acerca de el hombre pez de Liérganes, debiera leer estos comentarios de nuestro particular sabio en Padre Feijoo .
Lo interesante de la cuestión a mi entender es comprobar la extraordinaria movilidad de un hecho narrativo, difundido -me atrevo a sugerir, si es que se toma ésto con las suficientes reservas- como modelo educacional de las madres para sus hijos, quienes, al estilo del cochero de la familia de Benedetto Croce, contarían con un apoyo folklórico para que sus hijuelos no estuviesen todo el día chapoteando, bajo el riesgo de convertirse en nuevos Peces Nicolás (una cosa que a mi nunca me dijeron, quizás por vivir en el interior, pero que dudo que hubiese tenido efecto alguno: cuando me decían que no mintiese “para no volverme un muñeco de madera de pino, como el Pinocchio”, me entró tal entusiasmo por la mentira que estuve diciendo verdaderos tropeles de ellas y comprobando acto seguido la textura de mi carne, a ver si podía desembarazame de ella y ser un muñeco animado como el que salía en mi libro, que, por cierto, adjuntaba imágenes de la serie de Comencini). Es también muy interesante los progresivos añadidos fantásticos en la historia, como si el hipertrofiado núcleo inicial (el de un hombre con exageradas dotes como nadador y buceador) no hubiese sido suficiente en la historia, y necesitase de viajes fantásticos a lo Jonás, adoptar las funciones del hechicero o del buhonero y, por descontado, entrar en el catálogo de rarezas marinas que siempre han interesado tanto a los hombres.
1) “Peje” es arcaísmo, pero aún se usa en contadas ocasiones: no sé los foristas españoles (desconozco si el término pervive en la América de habla castellana) si oyeron decir alguna vez peje espada. Sobre el libro de Walter Map, hay una tradución a cargo de M. R. James publicada en Oxford Clarendon Press en 1914 que conoció reedición a finales de los 80. 2) L’inglese italianizato, diavolo incarnato, se dice, creo. 3) Croce, en Storie e leggende napolittane. También Pitrè, Studi di leggende popolari in Sicilia, que me trasladan desde Roma.
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