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domingo, 7 de febrero de 2010

La pópera contra la ópera

Pópera. Así creo que se llama el último invento de las grandes discográficas que ha llegado a mis oídos. La pópera nace como un nueva manera de enfocar la música pop cantándola a la manera lírica. ¿Pero es un fenómeno nuevo, o una repetición de lo ya existente con una nueva etiqueta?
Lo primero que me viene a la memoria: a principios de siglo XX, el canto di voce de las viejas canciones napolitanas de Tosti, De Curtis, Tagliaferri o D’Esposito. En este ámbito reinaban cantantes con ciertas maneras líricas, como Mario Massa o Vittorio Parisi. Ambos fueron muy populares en su tiempo, pero mantenían cercana la distancia entre el canto popular y el operístico. Como el resto de sus colegas, no llegaron a traspasar las fronteras del bel-canto. Más adelante, aparece el movimiento contrario: no fue infrecuente encontrar en los cantantes operísticos de posguerra (Björling, Di Stefano, Gigli) una cierta proclividad a este repertorio —o bien fueron persuadidos por la casa de discos correspondiente. Y no podemos soslayar, en estos inicios del cross-over, de la mezcolanza de géneros, el papel de tenores como Mario Lanza (en el cine estadounidense), cantante de una voz bellísima y resonante, de fácil agudo y sorprendente buena técnica; o el más cercano (para el que suscribe) Luis Mariano, francés de origen y que grabó una serie de películas inolvidables, tanto por lo malas como por lo extenuantemente repetidas en televisión. Pese a que este nuevo planteamiento del género musical era en sí mismo interesante —economizaba las grandes escaleras y los excesos de las compañías de danza a lo Charles Vidor, y mantenía al tiempo las distancias con los films teens con rockeros por medio— a la par se hundía en lo relativo a la calidad de las películas producidas, que no pasaba de dudosa. Mas esto no socava en absoluto el buen hacer de ambos (1).
Hará no demasiados años, la multinacional de turno quiso vender a Andrea Boccelli. Boccelli, no sé si recordarán, era un cantante ciego de instrumento pequeño del que se decía que cantaba como los ángeles. Escribo muy conscientemente que se decía, porque yo lo escuché con cierto detenimiento para tratar de encontrar sus cualidades sin terminar de encontrarlas nunca. Para la música popular, sin duda su voz sería quizás todo un derroche…¡pero para la ópera! Tenía un instrumento cálido, sensual, menos arrebatador que lírico, de escaso caudal y de sospechoso adelgazamiento en las regiones superiores. Ya digo que no es cosa grave en el mundo de la música popular, pero en la ópera, en el canto lírico, donde se juega con otras reglas, era del todo punto imposible su triunfo. De todas formas, Boccelli hizo el salto…y protagonizó también la caída subsiguiente. Creo que llegó a grabar alguna ópera íntegra (como no) y que terminó por pisar las tablas de un Teatro de la Ópera (no imagino quienes comprarían las entradas). En fin: como un César de tercera fila, llegó, vio, y desapareció perseguido por los abucheos.
Llegamos al día de hoy, donde toda mezcla es válida sólo por el hecho de mezclar. Lo terrible: la tremenda trivialidad, la enorme superficialidad del producto resultante. Me dan un toque de atención. «¿Acaso no crees que de esta forma el canto lírico dejará de parecer algo tan extraño a quienes no están acostumbrados a él?». Desconfío, qué quieren que les diga. Supongo yo que es mejor la difusión o la divulgación que la vulgarización. Siempre he pensado que si la gente escuchase con atención a Kathleen Ferrier —a quien escucho en estos momentos— podría ser captada para la hermosa música con más facilidad que si lo hacen a una mala contralto. No veo del todo claras las intenciones de este invento. Puede, como tantos otros, que se base en vender una nueva tontería revestida de causa loable. Puede también que me equivoque.
Nota:
1.Luis Mariano fue quizás el último de los grandes cantantes de opereta francesa. No hay que olvidar este dato para desterrar la idea de que era poco menos que un advenedizo.

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