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lunes, 8 de febrero de 2010

Natale alla antica

Leyendo unos artículos acerca de Johannes Malalas, el historiador bizantino, encuentro una cita del mito de Acca Laurentia (Lykaina, para él; Aca Larencia, diríamos nosotros). Malalas sigue la tradición que hace de Laurentia nodriza de Rómulo y Remo, pero de algún modo, no olvida la segunda forma del mito. Según aquella, un sirviente del templo de Hércules (en la versión de Malalas, es Ares) reta al dios a vencerle en una partida de dados, prometiendo, si es que él mismo pierde, pagar como tributo una hermosa mujer. Como es de esperar, pierde, e introduce a una mujer (se entiende: una esclava) en el templo para que mantenga amorosas relaciones con el dios.
Malalas incurre en una doble racionalización del mito: por un lado, explica que, siendo sacerdotisa de Ares, hubo de ser seducida (y preñada) por un soldado; por el otro, anuncia que esta mujer no era la misma Acca Laurentia, sino su madre (la de Acca, es obvio), quien atendía por el nombre de Ilia. Expulsada por la vergüenza pública a los bosques, tuvo allá su hogar y el de su hija, que terminaría por encontrar en tan desolado paraje los cuerpos de los dos bebés Rómulo y Remo. Así se explicaría la presencia de una moza joven en medio de los bosques.Acca Laurentia es una figura curiosa dentro de la mitología romana, porque dejó pronto el estatus de nodriza o de hetaira (prostituta adscrita a un templo) para ascender al mundo de los dioses. Ciertas leyendas la hacen madre de doce hijos, que fue sacrificando uno por uno para conseguir la fertilidad de los campos. Por esto, es al tiempo señora de los cultivos y deidad matrona de los muertos. Su festividad se celebraba el 23 de diciembre: como el año romano concluía en ese día —hablo del calendario arcaico de 304 días— también estaba presente tanto en el advenimiento del año como en el funeral del anterior. La celebración de las fiestas en honor a Acca Laurentia (la fiesta se llamaba Laurentalia) fueron finalmente absorbidas por una celebración en honor a los Lares. Visto que las Laurentalias tenían un carácter fundamentalmente fúnebre, se les adscribó a los lares dicha labor, desconocida, por lo menos durante hasta más allá del siglo II ac. Las tradiciones explicativas posteriores, que quisieron hacerlos hijos de Laurentia (o de Mania) corresponde a la elaboración de un mitosobre-la-marcha, un modelo aclaratorio que lo único que consigue es embarrar más la ya de por sí confusa historia de Laurentia. En esta casa, son las únicas fiestas a celebrar: no sabemos de pesebres, ni de niños, ni de magos (naturalmente, orientales: en lengua pehlvi, mago vale por sacerdote), ni de nicolases allanadores de moradas.Los lares, esos espíritus semidivinos, son los ejemplos más antiguos que tenemos de deidades en las fuentes arcaicas. Huyen de toda genealogía, y permanecen ligados por excelencia a las propiedades territoriales: la idea de que cada hombre, o cada gens (familia) tiene unos lares particulares, en tanto familia o individuo, es claramente posterior, posiblemente de época de Cicerón, quien en su traducción del Timeo platónico, vierte daemon por lar. Así, los lares más antiguos muestran su tutela en los cruces de caminos o en las lindes de los terrenos. Sus festividades más importantes, los Ludi Compitali, homenajeaban a estos ancianos lares desde tiempos remotos: fueron instaurados ya por mano de Tarquinio Prisco, como reconocimiento y veneración de los ascendientes de Servio Tulio, que tuvieron que ver con los lares. Algo después del solsticio de invierno, los paterfamilias vecinos se reunían en la convergencia de sus terrenos para honrar juntos a los lares compitales. En tiempos de Dionisio de Halicarnaso (IV, 27) se les ofrendaban tortas de miel; el historiador se complace narrando que eran los esclavos los encargados directos de la ofrenda, quedando además durante el tiempo de la Compitalia en libertad para hacer lo que se les diese en gana. Menos satisfecho y más tenebroso escribe Macrobio, quizás porque recuerda que la vinculación de los esclavos a esos juegos tenía origen en una costumbre pretérita. En el periodo de la Monarquía, durante las Compitalias, los árboles que se hallaban en los limes (en este caso, «linderos de los terrenos») eran adornados con las cabezas de esclavos sacrificados colgando de sus ramas. Con la caída de la monarquía, se acabó una costumbre tan violenta, sustituyendo las ofrendas humanas por ajos y amapolas (hoy hablamos de cabezas de ajo o de cabezas de amapola. No hay que insistir más en su papel simbólico). También terminaron por prenderse de las ramas figuritas de lana, tantas como hombres y mujeres hubiese en la casa. Este primitivo árbol navideño protegía a los habitantes de un lugar dado de todo mal por obra y gracia de los lares praestistes, o daba testimonio de las propiedades a la manera de un arcaico Registro Civil. Qué más se puede pedir. Hoy en día, ahorcamos imágenes de Papá Noel (o Santa Claus, o san Nicolás, o Viejitos Pascueros, lo mismo da) o (en España) figuras de chocolate recubierto con papeles dorados en forma de los Reyes Magos de Oriente sin esperar ninguna respuesta, sin oir otra cosa que el atroz silencio de unas festividades muertas. Al lado de estas figuras contemporáneas, penden esferas balanceándose, como un día lo hicieron las cabezas de los esclavos romanos que honraban con su movimiento pendular a los dioses lares.
De fruta de cabecitasvereis los árboles llenos.Nos deseamos, con la mejor de las voluntades (pero con la misma incertidumbre de dejarlo en manos del Azar) un buen año. Los terribles paterfamilias de antaño se garantizaban la tranquilidad con el precio de la sangre vertida para saciar la sed anual de los lares. Y dicen que hoy dominamos el curso de nuestras vidas. Pamplinas.

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