Retirada Kirsten Flagstad de los escenarios, la corona de soprano wagneriana recayó sobre dos figuras majestuosas: La primera de ellas fue Astrid Varnay —la Inalcanzable—, de quien se ha hablado con frecuencia en estas páginas; la segunda, no menos grande, fue la soprano sueca Birgit Nilsson, quien murió en una fecha indeterminada anterior al nueve de Enero de 2006. Aunque por razón de edad hacía tiempo que estaba fuera del mundo musical, la pérdida sigue siendo dificilmente cuantificable. Se apaga una luz, el reino se angosta, y la noche se hace más evidente en el País de la Ópera Wagneriana.
Birgit Nilsson había nacido en Karup en 1918. Muy pronto emergió su juvenil talento que la encaminó a la Real Academia de Música de Estocolmo. Finalizados sus estudios, hizo su debut en el Teatro de la Ópera de la misma ciudad—en sustitución— como Agathe en Die Freischütz de Carl Maria von Weber. Al año siguiente, con una pasmosa capacidad de preparación, encarnó a la Mariscala straussiana, a Lady Macbeth en la obra de Verdi, Donna Anna, Venus, Senta, Aida y Tosca, oscilando entre el repertorio lírico y el decididamente dramático. En 1954, ya en plena consolidación como cantante, afronta su primera Brünnhilde en Götterdämmerung en Estocolmo. Sus cualidades no pasan desapercibidas para Wieland Wagner, quien la lleva a la verde colina, destinándole el papel de Elsa (Lohengrin, con Eugene Jochum) y Ortlinde en Die Walküre (bajo la batuta de Keilberth). A partir de esos años, su visita a Bayreuth es casi continua, asumiendo los roles más importantes: como una fenomenal Isolde, o una Brünnhilde espectacular. Es en la década de los sesenta cuando prepara un papel dramático que la hizo justamente célebre. Como una de las Turandot más apreciadas de toda la Historia de la Ópera, llegó a cantarla cinco temporadas consecutivas en el Metropolitan de Nueva York, con frecuencia acompañada del príncipe de todos los Calaf: Franco Corelli. Su longeva carrera como soprano se detuvo en 1986. A partir de la fecha sus apariciones fueron esporádicas y circunscritas a homenajes puntuales. En 1996 pudo vérsela en la gala-homenaje a James Levine. Cantó, naturalmente, escenas de Wagner a la serena edad de 78 (!!!) años.
Las dotadísimas características de la voz de Birgit Nilsson vinieron siempre acompañadas de una técnica superior que le permitía regular el caudal hasta alcanzar sobrehumanos pianissimi. El canto, de una extensión algo superior al Do5 en el registro agudo, era emitido de una rara homogeneidad, siendo lo suficientemente carnosa y corpórea en la región grave. La emisión clara y una destacable fluidez daba a su canto una apariencia de tremenda naturalidad y facilidad. De poderoso caudal y hermoso timbre, sus agudos tenían fama, como se ha dicho en cierta ocasión de indestructibles y, como el acero, tenían tanto su seguridad como sus características sonoras metalizadas. Si algo se le puede achacar —y también es un comentario frecuente en el análisis de Birgit Nilsson— es cierta distancia y rigidez a la hora del planteamiento dramático. Puede que su voz fluya de manera natural, aunque esa naturaleza del fluir se asemeje en demasía a un torrente de deshielo. Frente a otras cantantes más cálidas y de mayor profundidad en su actuación (Varnay), Nilsson dibuja sus papeles con un trazo firme y seguro, mas glacial. Pero también es cierto que justo esas fueron las caracterísiticas que le permitieron componer una Turandot gélida e inaccesible como no ha vuelto a escucharse desde su ausencia. Cuando en escena se enfrentaba con partenaires de costumbres opuestas, flamígeros y arrojados, la colisión era capaz de echar abajo teatros. Las grabaciones en directo de Turandot que nos quedan dan testimonio de ello.
Birgit Nilsson grabó extensamente, a lo que hay que sumar las publicaciones en directo que en los últimos años vienen haciéndose con mayor frecuencia. La demanda de los devotos a la ópera invita a revolver los ocultos fondos de las emisoras radiofónicas o de los Teatros de la Ópera. No hace ni un mes que desde Diverdi presentábamos una Turandot de Nilsson-Corelli en el Metropolitan, año 1961. Quien nos iba a decir que iba a ser la última en vida de la soprano. Creimos que, como su voz, su vida era indestructible. Para desgracia de todo amante de la bella música, nos equivocamos.
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