Olvidemos la tercera antinomia y las tensiones entre el determinismo y la libertad transcendental; también, si ello es posible, de toda la cuarta parte («del servicio y el falso servicio bajo el dominio del principio bueno o de Religión y clericalismo» de La Religión dentro de los límites de la mera razón. Los opúsculos, las obritas divulgativas de Kant no parecen salidos de la pluma del redactor de las Críticas. Por un lado, permanecen libres del lenguaje árido y escolástico de esas obras (hacen que entendamos mejor esa hermosa carta que en la que Herder hablaba con el más sincero de los cariños hacia quien fue su profesor(1)); por el otro, desdibujan tanto la idea originaria o desarrollada en sus obras mayores, que casi parece que transitan por distintas veredas.
Para Kant el problema de la libertad no ha de dilucidarse en el reino de la Naturaleza (fenoménico) sino dentro del reino moral (nouménico), y en cierto modo, esta idea proyecta su sombra en su pequeño ensayo Contestando a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?. Dado al público tres años después de haber editado su primera versión de la Crítica de la Razón Pura, el libro crítica el fanatismo, el pensamiento guiado, invitando —porque no otra cosa es para Kant la Ilustración— a pensar por cuenta propia. Para decirlo en bello y conciso latín: saepe aude (Atrévete a saber).
Pero para que el hombre salga de esa permanente minoría de edad que supone el no atreverse a pensar por sí mismo, sólo se requiere el coraje, la determinación de hacerlo, y la Libertad, la más inofensiva de todas las libertades, que consiste en hacer uso público de la propia razón en todos los terrenos. Veamos qué significa para Kant el uso público de la libertad y qué terrenos son esos a los que se refiere.
No razones, y haz esto; la frase es común hasta en nuestros días ¿En qué medida afecta esta restricción de la libertad? Según Kant, hemos visto que el uso público de la razón ha de ser siempre libre, ya que es el único que puede procurar ilustración (entendamos: aprendizaje, capacidad de ser el patrón de nuestros pensamientos). Se entiende como uso público aquel que un hombre puede hacer ante todo ese público que configura el universo de los lectores (Lesenwelt). Será por tanto uso privado aquel que se ejerce dentro de un marco civil, en el contexto de una función social encomendada, y ese es aquel, nos dice Kant, que cabe restringir, sin que por ello quede menoscabado el progreso (2) de la Ilustración. De tal manera, el soldado ha de obedecer la orden de sus superiores, sin pararse en ese momento a razonar acerca de su conveniencia o de su utilidad; sin embargo, en justicia no se le podría prohibir que haga, posteriormente, sus observaciones por escrito acerca de lo inconveniente (si así lo fuere) de tal acción para poder ser enjuiciado por el público. Del mismo modo, el ciudadano, en tanto contribuyente, no puede negarse a pagar los impuestos aun considerándolos injustos o mal equiparados, bajo riesgo de ser el primer elemento de una insurrección generalizada, mas puede expresar en público (se supone que también de palabra, aunque ha sido claro en que el uso público se afinca específicamente en el Lesenwelt) sus explicaciones acerca de la injusticia de tal impuesto (general) o de la adjudicación a su persona. El mismo sacerdote ha de hacer sus homilías de acuerdo con la Iglesia que lo ampare, aunque tenga el permiso kantiano de, si encuentra objeciones mediante la razón, escribir proponiendo su reforma (3). He aquí el decepcionante margen de intersección entre el noumeno y el fenómeno: la libertad de prensa.
Con tales prerrogativas, el hombre, el ciudadano, no es sino un siervo (un esclavo) dentro del sistema de órdenes de la sociedad, valiéndole de bien poco (pensamos hoy) el derecho a ser el dueño de sus publicaciones. Pensamientos que tratan de hermanarse con los socráticos, que no concebía el hombre fuera de la ciudadanía, o con los del Cicerón de las Disputaciones Tusculanas, quien se escandalizaba ante la posibilidad de que el hombre pudiese renegar de sus obligaciones civiles para ejercer libremente su propio placer. Inútil el suceso de la Revolución Francesa para Kant. A tenor de sus comentarios en este libro, parecería como si hasta la Prusia Oriental sólo hubiesen llegado el chasquido de la guillotina, y no sus más altos logros teóricos (su radical llamada, no sólo a la libertad, sino a la igualdad y a la fraternidad).
«[El] público sólo puede conseguir lentamente la Ilustración. Mediante una revolución quizá se logre derrocar un despotismo personal, así como la opresión generada por su codicia y ambición, pero nunca logrará establecer una verdadera reforma en el modo de pensar» (p. 85)
En nuestras sociedades democráticas, somos los mismos esclavos de la obra de Kant. Podemos escribir prácticamente lo que se nos antoje, y sin embargo, estamos en permanente servidumbre para con el Estado. Esto es así, es lo que nos toca vivir…¡Pero defenderlo!
Notas:
«Tuve la suerte de tener como profesor a un gran filósofo al que considero un auténtico maestro de la humanidad. Este hombre poseía por aquel entonces la viveza propia de un muchacho, cualidad que parece no haberle abandonado en su madurez. Su ancha frente, hecha para pensar, era la sede de un gozo y de una amenidad inagotables; de sus labios fluía un discurso pletórico de pensamientos. Las anécdotas, el humor, y el ingenio se hallaban constantemente a su servicio, de manera que sus lecciones resultaban siempre tan instructivas como entretenidas. En sus clases se analizaban las últimas obras de Rousseau con un entusiasmo sólo comparable a la minuciosidad aplicada al examen de las doctrinas de Leibniz, Wolff, Baumgarten o Hume, por no mentar la perspicacia derrochada a la hora de exponer las leyes naturales concebidas por Kepler o Newton; ningún hallazgo era menospreciado para mejor explicar el conocimiento de la Naturaleza y el valor moral del ser humano. La historia del hombre, de los pueblos y de la Naturaleza, las ciencias naturales, las matemáticas y la experiencia: tales eran las fuentes con que este filósofo animaba sus lecciones y su trato. Nada digno de ser conocido le era indiferente; ninguna cábala o secta, así como tampoco ventaja ni ambición algunas, empañaron jamás su insobornable pasión por dilucidar y difundir la verdad. Sus alumnos no recibían otra consigna salvo la de pensar por cuenta propia; nada le fue nunca más ajeno que el despotismo. Este hombre, cuyo nombre invoco con la mayor gratitud y el máximo respeto, no es otro que Immanuel Kant.»
La noción de progreso en Kant es recurrente y fundamental para entender sus razonamientos posteriores.
Se cita con mucha liberalidad que Kant procedía de un ambiente pietista como clave para entender algunos puntos de su filosofía, a mi juicio, de manera abusiva. Sin embargo, he aquí un ejemplo que precisa el hacerlo. Véase el artículo Pietismo en el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora (III, pp. 2576-2576)
Para Kant el problema de la libertad no ha de dilucidarse en el reino de la Naturaleza (fenoménico) sino dentro del reino moral (nouménico), y en cierto modo, esta idea proyecta su sombra en su pequeño ensayo Contestando a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?. Dado al público tres años después de haber editado su primera versión de la Crítica de la Razón Pura, el libro crítica el fanatismo, el pensamiento guiado, invitando —porque no otra cosa es para Kant la Ilustración— a pensar por cuenta propia. Para decirlo en bello y conciso latín: saepe aude (Atrévete a saber).
Pero para que el hombre salga de esa permanente minoría de edad que supone el no atreverse a pensar por sí mismo, sólo se requiere el coraje, la determinación de hacerlo, y la Libertad, la más inofensiva de todas las libertades, que consiste en hacer uso público de la propia razón en todos los terrenos. Veamos qué significa para Kant el uso público de la libertad y qué terrenos son esos a los que se refiere.
No razones, y haz esto; la frase es común hasta en nuestros días ¿En qué medida afecta esta restricción de la libertad? Según Kant, hemos visto que el uso público de la razón ha de ser siempre libre, ya que es el único que puede procurar ilustración (entendamos: aprendizaje, capacidad de ser el patrón de nuestros pensamientos). Se entiende como uso público aquel que un hombre puede hacer ante todo ese público que configura el universo de los lectores (Lesenwelt). Será por tanto uso privado aquel que se ejerce dentro de un marco civil, en el contexto de una función social encomendada, y ese es aquel, nos dice Kant, que cabe restringir, sin que por ello quede menoscabado el progreso (2) de la Ilustración. De tal manera, el soldado ha de obedecer la orden de sus superiores, sin pararse en ese momento a razonar acerca de su conveniencia o de su utilidad; sin embargo, en justicia no se le podría prohibir que haga, posteriormente, sus observaciones por escrito acerca de lo inconveniente (si así lo fuere) de tal acción para poder ser enjuiciado por el público. Del mismo modo, el ciudadano, en tanto contribuyente, no puede negarse a pagar los impuestos aun considerándolos injustos o mal equiparados, bajo riesgo de ser el primer elemento de una insurrección generalizada, mas puede expresar en público (se supone que también de palabra, aunque ha sido claro en que el uso público se afinca específicamente en el Lesenwelt) sus explicaciones acerca de la injusticia de tal impuesto (general) o de la adjudicación a su persona. El mismo sacerdote ha de hacer sus homilías de acuerdo con la Iglesia que lo ampare, aunque tenga el permiso kantiano de, si encuentra objeciones mediante la razón, escribir proponiendo su reforma (3). He aquí el decepcionante margen de intersección entre el noumeno y el fenómeno: la libertad de prensa.
Con tales prerrogativas, el hombre, el ciudadano, no es sino un siervo (un esclavo) dentro del sistema de órdenes de la sociedad, valiéndole de bien poco (pensamos hoy) el derecho a ser el dueño de sus publicaciones. Pensamientos que tratan de hermanarse con los socráticos, que no concebía el hombre fuera de la ciudadanía, o con los del Cicerón de las Disputaciones Tusculanas, quien se escandalizaba ante la posibilidad de que el hombre pudiese renegar de sus obligaciones civiles para ejercer libremente su propio placer. Inútil el suceso de la Revolución Francesa para Kant. A tenor de sus comentarios en este libro, parecería como si hasta la Prusia Oriental sólo hubiesen llegado el chasquido de la guillotina, y no sus más altos logros teóricos (su radical llamada, no sólo a la libertad, sino a la igualdad y a la fraternidad).
«[El] público sólo puede conseguir lentamente la Ilustración. Mediante una revolución quizá se logre derrocar un despotismo personal, así como la opresión generada por su codicia y ambición, pero nunca logrará establecer una verdadera reforma en el modo de pensar» (p. 85)
En nuestras sociedades democráticas, somos los mismos esclavos de la obra de Kant. Podemos escribir prácticamente lo que se nos antoje, y sin embargo, estamos en permanente servidumbre para con el Estado. Esto es así, es lo que nos toca vivir…¡Pero defenderlo!
Notas:
«Tuve la suerte de tener como profesor a un gran filósofo al que considero un auténtico maestro de la humanidad. Este hombre poseía por aquel entonces la viveza propia de un muchacho, cualidad que parece no haberle abandonado en su madurez. Su ancha frente, hecha para pensar, era la sede de un gozo y de una amenidad inagotables; de sus labios fluía un discurso pletórico de pensamientos. Las anécdotas, el humor, y el ingenio se hallaban constantemente a su servicio, de manera que sus lecciones resultaban siempre tan instructivas como entretenidas. En sus clases se analizaban las últimas obras de Rousseau con un entusiasmo sólo comparable a la minuciosidad aplicada al examen de las doctrinas de Leibniz, Wolff, Baumgarten o Hume, por no mentar la perspicacia derrochada a la hora de exponer las leyes naturales concebidas por Kepler o Newton; ningún hallazgo era menospreciado para mejor explicar el conocimiento de la Naturaleza y el valor moral del ser humano. La historia del hombre, de los pueblos y de la Naturaleza, las ciencias naturales, las matemáticas y la experiencia: tales eran las fuentes con que este filósofo animaba sus lecciones y su trato. Nada digno de ser conocido le era indiferente; ninguna cábala o secta, así como tampoco ventaja ni ambición algunas, empañaron jamás su insobornable pasión por dilucidar y difundir la verdad. Sus alumnos no recibían otra consigna salvo la de pensar por cuenta propia; nada le fue nunca más ajeno que el despotismo. Este hombre, cuyo nombre invoco con la mayor gratitud y el máximo respeto, no es otro que Immanuel Kant.»
La noción de progreso en Kant es recurrente y fundamental para entender sus razonamientos posteriores.
Se cita con mucha liberalidad que Kant procedía de un ambiente pietista como clave para entender algunos puntos de su filosofía, a mi juicio, de manera abusiva. Sin embargo, he aquí un ejemplo que precisa el hacerlo. Véase el artículo Pietismo en el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora (III, pp. 2576-2576)
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