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viernes, 4 de diciembre de 2009

POETAS ESPAÑOLES

Cristóbal de Castillejo nació en Ciudad Rodrigo hacia 1492. Siendo monje en el convento de San Martín de Valdeiglesias, dejó dicho convento para ejercer el cargo de secretario del hermano de l Emperador Carlos V, don Fernando, que era rey de Bohemia. De fraile parece que solamente tuvo el hábito, porque vivió una vida bastante disoluta, de amores y malgastando todos los beneficios y prebendas que sus cargos le proporcionaban. Se enamoró de una joven dama alemana, Ana de Schaumburgo, quien lo dejó por un noble bohemio. Desilusionado de la vida, habiendo perdido todos los bienes materiales y sus lances amorosos, se retiró para morir en un convento de la misma orden en Alemania.
A pesar de que tuvo una vida ajetreada y desordenada, como poeta fue excelente. Se opuso rotundamente a las influencias italianas que se estaban infiltrando en España. Practicó totalmente su poesía en las formas tradicionales castellanas. Poseía gran agudeza e inspiración, siempre dentro de la vena tradicional.
OBRAS DE CONVERSACIÓN Y PASATIEMPOCONTRA LOS ENCARECIMIENTOS DE LAS COPLAS ESPAÑOLAS
Estando comigo a solas,Me viene un antojo locoDe burlar con causa un pocoDe las trovas españolasAl presente;De aquellas principalmenteMuy altas, encarescidas,Excellentes y polidas,Que mucho estima la gente;Y de aquellos estremadosQue por estilo perfetoSacan del pecho secretoHondos amores penados.Son del cuentoGarci-Sánchez y otros cientoMuy gentiles caballeros,Que por caos cancionerosEchan sospiros al viento.No se me achaque o levanteQue me meto a decir malDe aquel subido metalDe su decir elegante;Antes sientoPena de ver sin cimientoUn tan gentil edificio,Y unas obras tan sin vicioSobre ningún fundamento.Los requiebros y primores¿Quién los niega, de Boscán,Y aquel estilo galánCon que cuenta sus amores?Mas trovadaUna copla muy penada,El mesmo confesaráQue no sabe dónde vaNi se funda sobre nada.Aunque no por un tenor,Todos van por un camino;También sabe GuardaminoQuexar su mal y dolorSin paciencia;No hay dél otra diferencia.Al que se cuelga de un hilo,Que no ser tal el estiloSobre la mesma sentencia.Y de aquí debe venirQue contando sus pasiones,Las más comparacionesVan a parar en morir;Van de suerteQue nunca salen de muerteO de perderse la vida;Quitaldes esta guarida,No habrá copla que se acierte.Por donde los trovadoresSon de burlas y reírQue no se dan a escrebirSino penas y dolores.¡Cosa vana,Que la lengua castellana,Tan cumplida y singular,Se haya toda de emplearEn materia tan liviana!Coplas dulces, placenteras,No pecan en liviandad,Pero pierde autoridadQuien las escribe de veras,Y entremeteEl seso por alcahueteEn los misterios de amor;Cuanto más si el trovadorPasa ya del caballete.Y algunos hay, yo lo sé,Que hacen obras fundadasDe coplas enamoradas,Sin tener causa por qué.Y esto estáEn costumbre tanto ya,Que muchos escriben penasPor remedar las ajenas,Sin saber quién se las da.Pero digo que arda en ellasDe los pies a la cabeça,Decidme, ¿a quién endereçaSus coplas y sus querellas?Si las vendeA la dama que le prende,¿Qué mayor desaventuraQue hablar por escrituraCon quien sé que no la entiende?Cuanto más que ni leerLas más saben ni escrebir.Y en el dar o rescibirAún hay algo que hacer.Mal mascadaVais, copla desventurada,Y la que más os estimaDevana su seda encima,Y quedáis vos allí aislada.Ved qué donoso presente,Que la que más fe aventuraPor gozar d'esta locura,Ni la gusta ni la siente;Y el provecho,Es que por vuestro derecho,Alguna dama loquilla,Dirá por gran maravilla:"¡Ay, qué coplas que me han hecho!"Pues si donde era razónTan pequeño fruto hacen,Con los demás, aunque aplacen,Deshonesta cosa son,Y muy vanoExercicio, y aun profano,Publicar yo mis flaquezas,Liviandades y baxezas,Y escrebirlas de mi mano.Sobra de bien y pan tiernoHace que los amadoresComparen el mal de amoresA las penas del Infierno.Tú, Cupido,Estás muy favorescidoPensando que aquello es,Mas donde hay dolor francésEl tuyo queda en olvido.
Final
Coplas y locuras mías,Vuestro tiempo se ha llegadoPara aliviar el enfadoDestos trabajosos días.Todas pasaréis por buenas,Siendo aquel que os da favor,Por natura mi señor,Y por suerte mi Mecenas.
Biografía de Garcilaso de la Vega
Garcilaso de la Vega

Nació este eminente poeta, gran señor por su familia como por su ingenio, en la imperial ciudad de Toledo, en 1503, correspondiéndole por la elevada alcurnia de su casa el hábito de la orden de Alcántara. Desde muy joven siguió las banderas del Emperador Carlos Quinto, mostrando tales bríos y arrestos, que pronto se distinguió entre todos sus compañeros. Estuvo en casi todos los grandes hechos de armas de aquel glorioso reinado, habiéndose particularmente lucido en la defensa de Viena y en el sitio de Túnez, donde fue herido. Entonces se volvió a Nápoles, donde a pesar de sus eminentes servicios incurrió en la desgracia del Emperador, por haber protegido los amores de un sobrino suyo, que aspiraba a la mano de una dama que le era muy superior en jerarquía, por lo cual fue desterrado a una de las islas del Danubio, que con tanto donaire había de cantar. Mas no tardó en volver a la gracia del Emperador, dado que poco después le acompañaba en su expedición al Piamonte, en cuyo ejército tenía bajo su mando once banderas de infantería. Una vez derrotados los franceses y cuando ya se veían en retirada forzosa, el Emperador perseguía y daba caza; en esta operación ordenó la toma de una torre que se hallaba en un lugar cerca de Frejus, donde desesperadamente se defendían unos cincuenta franceses; Garcilaso fue de los primeros en subir, mas fue herido de una pedrada en la cabeza, y cayó. Lleváronle de allí a Niza, pero no sobrevivió sino veinte días a sus heridas, pues murió en dicho lugar a los treinta y tres años de edad. Era en 1536. El Emperador, indignado por la pérdida de uno de sus primeros oficiales, que tan joven era y tanto prometía, hizo pasar a cuchillo a todos aquellos franceses que le habían muerto. Pero si lo corto de su vida le impidió dar de sí todo lo que para la gloria de las armas habría podido, no fue ella tan corta para las letras, pues que ya en vida suya había recibido el título, que la posteridad le ha confirmado, de príncipe de los poetas castellanos. Sus obras eran conocidas de todo el mundo, y su autoridad tal, que el mismo Cervantes, que no tenía sobrada propensión al elogio, le consideraba como una de las más indiscutibles glorias de las letras patrias. Así, cuando el Licenciado Vidriera se partió para Italia, «los muchos libros que tenía los redujo a unas Horas de Nuestra Señora y un Garcilaso sin comento, que en las dos faldriqueras llevaba». Es decir, que al ingenioso licenciado le era imposible separarse de su gran poeta favorito. Otros autores han sido más o menos discutidos, y hasta se !es ha negado que fuesen verdaderos poetas, y sólo versificadores hábiles; pero la fama y renombre de Garcilaso han sido siempre y son de los más puros e indiscutidos. Es el primero de los poetas líricos castellanos, sin duda alguna, y representa por sí mismo uno de los géneros más en boga en nuestra literatura: el género bucólico, en el cultivo del cual llegó a tal altura que por nadie ha sido alcanzado.




Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por dó me ha traído, hallo, según por do anduve perdido, que a mayor mal pudiera haber llegado; mas cuando del camino estoy olvidado, a tanto mal no sé por dó he venido: sé que me acabo, y mas he yo sentido ver acabar conmigo mi cuidado. Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme, si quisiere, y aun sabrá querello: que pues mi voluntad puede matarme, la suya, que no es tanto de mi parte, pudiendo, ¿qué hará sino hacello?


II


En fin, a vuestras manos he venido, do sé que he de morir tan apretado, que aun aliviar con quejas mi cuidado, como remedio, me es ya defendido; mi vida no sé en qué se ha sostenido, si no es en haber sido yo guardado para que sólo en mí fuese probado cuanto corta una espada en un rendido. Mis lágrimas han sido derramadas donde la sequedad y la aspereza dieron mal fruto dellas y mi suerte: ¡basten las que por vos tengo lloradas; no os venguéis más de mí con mi flaqueza; allá os vengad, señora, con mi muerte!


III


La mar en medio y tierras he dejado de cuanto bien, cuitado, yo tenía; y yéndome alejando cada día, gentes, costumbres, lenguas he pasado. Ya de volver estoy desconfiado; pienso remedios en mi fantasía; y el que más cierto espero es aquel día que acabará la vida y el cuidado. De cualquier mal pudiera socorrerme con veros yo, señora, o esperallo, si esperallo pudiera sin perdello; mas no de veros ya para valerme, si no es morir, ningún remedio hallo, y si éste lo es, tampoco podré habello.


IV


Un rato se levanta mi esperanza: mas, cansada de haberse levantado, torna a caer, que deja, mal mi grado, libre el lugar a la desconfianza. ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza del bien al mal? ¡Oh corazón cansado! Esfuerza en la miseria de tu estado; que tras fortuna suele haber bonanza. Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos romper un monte, que otro no rompiera, de mil inconvenientes muy espeso. Muerte, prisión no pueden, ni embarazos, quitarme de ir a veros, como quiera, desnudo espirtu o hombre en carne y hueso.


V


Escrito está en mi alma vuestro gesto, y cuanto yo escribir de vos deseo; vos sola lo escribisteis, yo lo leo tan solo, que aun de vos me guardo en esto. En esto estoy y estaré siempre puesto; que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, de tanto bien lo que no entiendo creo, tomando ya la fe por presupuesto. Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma mismo os quiero. Cuando tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero.


VI


Por ásperos caminos he llegado a parte que de miedo no me muevo; y si a mudarme a dar un paso pruebo, y allí por los cabellos soy tornado. Mas tal estoy, que con la muerte al lado busco de mi vivir consejo nuevo; y conozco el mejor y el peor apruebo, o por costumbre mala o por mi hado. Por otra parte, el breve tiempo mío, y el errado proceso de mis años, en su primer principio y en su medio, mi inclinación, con quien ya no porfío, la cierta muerte, fin de tantos daños, me hacen descuidar de mi remedio.

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